viernes, 9 de octubre de 2015

EL DICHOSO "PARA QUÉ". (DICIEMBRE 2014)

“De vez en cuando una tiene derecho a enfadarse con la vida” me digo convencida al meterme en el coche. Y lo que es peor: me lo creo.

Sí, cada cierto tiempo es lícito hacerlo cuando las cosas no se dan, ¿no? Digo yo. Como dice una de esas canciones que adoro, perteneciente a la banda sonora habitual de mi cabeza: “porque a ti no se te da esa vida de muñeca”. Me ofusco, me frustro, me quejo por decimoquinta vez, maldigo. Es humano y eso me justifica. Además, lo hace todo el mundo.

Pienso “no es justo” y al pensarlo así nada más, me sube una rabia y unas ganas de culpar, y el inevitable "¿por qué?". Parece que cuando hay a quien culpar nos calmamos. Nos encanta indagar, es ese clásico juego de detectives de buscar culpables para, una vez localizados, descansar en paz y sentir que sí, que teníamos razón, que no era justo y que había una persona mala malísima, que ha ocasionado todo. Yo lo llamo el síndrome cachondo del verdugo y la víctima. “Claro, se junta el/la culpable de mi desgracia con que la vida no es justa” y cierto alivio recorre mi cuerpo al concluirlo así. Ea, me quedo más tranquila y puedo avanzar, a otra cosa mariposa.

¿Y si resulta que las cosas no “se dan” así sin más? ¿Y si resulta que la vida no es ni justa ni injusta sino simplemente ES y punto? Y no es “tu” vida, y no se trata tampoco de que sea “mi” vida porque la vida no es de nadie, la vida ES. Qué cortocircuito mental nos ocasiona ambas visiones, ¿no? “¿Cómo que no? ¿Cómo que no hay injusticias? ¡Anda que no!¿Cómo que no hay cosas que no se dan, que no pasan, que el destino no hace que ocurran? ¡Ahora va a resultar que todo depende de mí!” Este es el argumento típico que a cualquiera se nos ocurriría ante este enfoque descabellado, ¿verdad?

En cuanto a cómo ocurren o no las cosas, yo tiendo a pensar que la vida es un eterno cruce de caminos, continuamente nos da a elegir y elegimos, claro que elegimos. ¿A veces entre lo malo y lo peor? Pues sí, a veces ninguna de las opciones es buena, esto es así, pero incluso de esta forma elegimos, y si elegimos, si es así, entonces la vida “no se da” y ya, sino que es la consecuencia de lo que elijo.

Y si hablamos de nuestro sentido de la justicia, creo que por duro que suene (y todos tenemos en mente circunstancias inverosímiles, macabras que nos ponen los pelos de punta, lo sé, me cuesta mucho no enfocar la lapidación de una mujer en África como algo que no es injusto, por ejemplo) no hay ni justo, ni injusto porque ese concepto es subjetivo. Aunque en muchos casos sea casi universalmente aceptada tal situación como injusta / justa, las pequeñas historias que nos ocurren, que no nos parecen justas crean una consecución de historias, un efecto dominó en conocidos y desconocidos que mágicamente hace que lo que para mí hoy no es justo ha dado lugar a que alguien esté teniendo toda la suerte del mundo gracias a mi desgracia. ¿Si pierdo mi cartera con 2.000 euros y un señor en paro la encuentra? ¿Qué es injusto y justo en este ejemplo? ¿Cuál de los dos prima sobre el otro? ¿Quién lo determina o lo juzga? De nuevo una situación en la que mi mala suerte genera buena suerte en la vida de alguien. A esto es a lo que me refiero.

¿Y si todo lo cruel, lo malévolo al final tiene su efecto dominó y a pesar del dolor genera es el terreno fértil perfecto para el nacimiento de cosas bonitas? El “PARA QUE” de lo que nos sucede, en especial de lo negativo, de lo horrendo que podamos estar viviendo, tarda en llegar, ¿cómo buscar el “para qué” de la muerte dolorosa de un familiar de una manera fácil? Pues es que seguro que no es fácil, es que nadie dice que lo sea, sin embargo, probablemente con el tiempo llegue.

Pienso que es bueno este enfadarse con la vida, sí, pero porque esto nos hace humanos, terrenales, esto nos conecta con la vida, nos baja de esos lugares altos a los que el ego nos lleva, nos hace ser conscientes de lo efímero de nuestro ser y, al mismo tiempo, al escucharme quejarme por decimoquinta vez de lo injusto, de lo que no se me da, igual me aburro tanto, me canso tanto, que me mando a la mierda, doy el puñetazo que tengo que dar y elijo justo el camino que no pensaba elegir, justo el camino que me lleva a hacer lo contrario de lo que he estado haciendo hasta ahora porque quizás ahí está la clave. ¿Y si está ahí? ¿Y si se trata de hacer lo que nunca hago? De salir de mi zona de confort para que lo que quiero llegue, teniendo claro que no hay una justicia absoluta.

¿Derecho a enfadarme con la vida? Sí, claro que lo puedo tener porque cada uno nos autorizamos a lo que nos da la gana, pero ojo con la energía que gastamos en esos enfados porque es energía que no estamos empleando en CREAR, es energía que utilizo para estancarme y, si me apuráis, para destruirme. Es energía que gasto en buscar un culpable y un POR QUÉ. No es la búsqueda del por qué la que nos hace avanzar, si no la del PARA QUÉ, con dolor, con rabia, con amargura, sí, pero caminando hacia adelante siempre, sin culpables, sin justicia. Y, una vez más, aquí está el cruce de caminos: el de un lado te ofrece que sigas buscando el por qué y el de otro el para qué. Siempre elegimos, “pero, por favor” me digo a mí misma, “¡elige mejor, hija!”

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