Sí, está claro que el ser humano es libre de decidir cuando ya
no le divierte un amigo, ya no le aporta un familiar o ya no le excita alguien.
No sólo es que sea libre de ello, es que, por favor, sintámonos siempre libres
para poner espacio a quien ya no nos suma, porque si nos resta, da igual,
incluso si es sangre de nuestra sangre. Tenemos esa libertad, como digo, y
bendita libertad que, unilateralmente, nos permite poner distancia, a veces
progresivamente, a veces de golpe y porrazo. Esto es salud, esto forma parte de
quererse a uno mismo, protegerse de lo que no nos hace bien o simplemente de
quien nos ocupa un tiempo precioso que ahora mismo preferimos tener para otros
menesteres u otras personas.
Sin embargo, al otro lado de esa unilateralidad el cuento es
otro, ¿verdad? Parece que no venimos equipados para estar a ambos lados, sólo
en uno, pues cuando somos nosotros los que sobramos, el dolor es intenso, nuestra
empatía desaparece cuando nos toca ser áquel del que alguien prescinde. Y en
realidad lo que sucede es que deberíamos plantearnos si comprometerse a querer
tener los mismos amigos y la misma pareja para siempre es algo viable. ¿Por qué
no empezamos por aquí? ¿Por qué no vamos primero a lo más simple? Somos
mortales, no somos eternos, ¿por qué exigimos eternidad en los sentimientos y en
las ganas? Si no sabemos qué nos apetecerá mañana de almorzar, ¿cómo vamos a
tener el compromiso de que nos apetezcan las mismas personas siempre?
Y claro, al empezar al revés, al no empezar por lo que es el
principio de lo más básico, por nuestra innegable volatilidad, salta ese mecanismo
de defensa tan conocido: culpabilizar, “mira lo que he me ha hecho”, “cómo se
está portando”. Soltamos este tipo de frases a alguien que nos escucha
asintiendo con la cabeza, apoyando nuestro rencor, alimentando ese sentimiento
de que la otra parte está siendo injusta. Así hablamos, llenos de desconcierto
por lo ocurrido. Sin embargo, no hay nada de injusto en que alguien quiera
pasar poco tiempo con nosotros, o prescindir directamente de nuestra compañía, porque
es que se da la circunstancia de que nosotros, los “relegados”, ya hemos estado
al otro lado, cortando cordones umbilicales. Descartar es tan humano como cualquier
otra característica, somos esto también, por tanto, ¿cómo vamos a culpabilizar
a los otros de ser tan humanos como nosotros?
Debería ser normal no comprometerse, debería ser normal
decirle a tu padre, a tu pareja, a un amigo “oye, te quiero en mi vida pero
hoy, porque mañana igual hemos ido creciendo cada uno en una dirección y no
tenemos nada en común, igual lo que tendremos en común son un montón de años
vividos juntos y mucho cariño”. Y, lamentablemente, los años y el cariño no siempre
son suficientes para querer vernos cada día, o cada semana, o cada mes. Creo que
las personas sufriríamos menos si aceptáramos que evolucionamos. Es normal que
las personas que elegimos con 12 años no sean las que elegirías ahora, y si
hablamos de familia, fíjate que locura, porque ahí sí que no elegimos nada.
Tal vez lo que necesitamos no es hablar de nuestra
pesadumbre buscando en nuestro interlocutor que nos dé la razón, porque la
razón no existe, ¿qué razón es ésa? Existen las ganas que a veces están y otras
ya no. Tal vez lo que necesitamos es silencio, coger un boli y escribir el
nombre de todas esas personas a las que les hemos dado esquinazo, revivir ese
alivio que sentimos al hacerlo. Hacer el duelo con una normalidad inusitada,
sin dramas, entendiendo que somos un vaivén de vidas, que nos cruzamos y nos
descruzamos, y que se vale decir adiós.