domingo, 8 de enero de 2017

LO UNILATERAL ESCUECE



Sí, está claro que el ser humano es libre de decidir cuando ya no le divierte un amigo, ya no le aporta un familiar o ya no le excita alguien. No sólo es que sea libre de ello, es que, por favor, sintámonos siempre libres para poner espacio a quien ya no nos suma, porque si nos resta, da igual, incluso si es sangre de nuestra sangre. Tenemos esa libertad, como digo, y bendita libertad que, unilateralmente, nos permite poner distancia, a veces progresivamente, a veces de golpe y porrazo. Esto es salud, esto forma parte de quererse a uno mismo, protegerse de lo que no nos hace bien o simplemente de quien nos ocupa un tiempo precioso que ahora mismo preferimos tener para otros menesteres u otras personas.

Sin embargo, al otro lado de esa unilateralidad el cuento es otro, ¿verdad? Parece que no venimos equipados para estar a ambos lados, sólo en uno, pues cuando somos nosotros los que sobramos, el dolor es intenso, nuestra empatía desaparece cuando nos toca ser áquel del que alguien prescinde. Y en realidad lo que sucede es que deberíamos plantearnos si comprometerse a querer tener los mismos amigos y la misma pareja para siempre es algo viable. ¿Por qué no empezamos por aquí? ¿Por qué no vamos primero a lo más simple? Somos mortales, no somos eternos, ¿por qué exigimos eternidad en los sentimientos y en las ganas? Si no sabemos qué nos apetecerá mañana de almorzar, ¿cómo vamos a tener el compromiso de que nos apetezcan las mismas personas siempre?

Y claro, al empezar al revés, al no empezar por lo que es el principio de lo más básico, por nuestra innegable volatilidad, salta ese mecanismo de defensa tan conocido: culpabilizar, “mira lo que he me ha hecho”, “cómo se está portando”. Soltamos este tipo de frases a alguien que nos escucha asintiendo con la cabeza, apoyando nuestro rencor, alimentando ese sentimiento de que la otra parte está siendo injusta. Así hablamos, llenos de desconcierto por lo ocurrido. Sin embargo, no hay nada de injusto en que alguien quiera pasar poco tiempo con nosotros, o prescindir directamente de nuestra compañía, porque es que se da la circunstancia de que nosotros, los “relegados”, ya hemos estado al otro lado, cortando cordones umbilicales. Descartar es tan humano como cualquier otra característica, somos esto también, por tanto, ¿cómo vamos a culpabilizar a los otros de ser tan humanos como nosotros?

Debería ser normal no comprometerse, debería ser normal decirle a tu padre, a tu pareja, a un amigo “oye, te quiero en mi vida pero hoy, porque mañana igual hemos ido creciendo cada uno en una dirección y no tenemos nada en común, igual lo que tendremos en común son un montón de años vividos juntos y mucho cariño”. Y, lamentablemente, los años y el cariño no siempre son suficientes para querer vernos cada día, o cada semana, o cada mes. Creo que las personas sufriríamos menos si aceptáramos que evolucionamos. Es normal que las personas que elegimos con 12 años no sean las que elegirías ahora, y si hablamos de familia, fíjate que locura, porque ahí sí que no elegimos nada. 

Tal vez lo que necesitamos no es hablar de nuestra pesadumbre buscando en nuestro interlocutor que nos dé la razón, porque la razón no existe, ¿qué razón es ésa? Existen las ganas que a veces están y otras ya no. Tal vez lo que necesitamos es silencio, coger un boli y escribir el nombre de todas esas personas a las que les hemos dado esquinazo, revivir ese alivio que sentimos al hacerlo. Hacer el duelo con una normalidad inusitada, sin dramas, entendiendo que somos un vaivén de vidas, que nos cruzamos y nos descruzamos, y que se vale decir adiós.